Que te explican que cuando alguien muere empieza un papeleo que parece no acabar, pero nadie te avisa de que tratarás con algún imbécil que hará más amargo el trámite. O con dos. Incluso, con 3 (de momento).

Que la banca siempre gana. Pero tenemos que impedirlo entre todos. Reclama, quéjate, aún cuando no tengas gana. Por ti y por todos tus compañeros, por el que venga. Para que al próximo no le nieguen atención y asesoramiento, para que, al próximo, sean cuales sean sus circunstancias, reciba un buen trato. Para que no se repita.

Cuando dicen que “la vida sigue” tienes que entenderlo en el significado más literal de la expresión. No creas que tu vida va a frenar lo más mínimo. Sumado a tu habitual día a día, que se ve alterado por completo, tienes que sumar el momento de la pérdida, el velatorio, el entierro, la despedida, la ausencia… Más todos los trámites que tengas que hacer en los días siguientes, añadido a tu vida que continua tal y como estaba el día anterior: trabajo, compromisos, vida doméstica y familiar…

Morirse es barato. Lo que es caro es cumplir la ley y que te entierren. Te cobran por todo, incluso para que un médico de la funeraria certifique de nuevo lo que ya ha certificado el médico que ha firmado el parte con un electrocardiograma plano (150€). Ah, el libro de firmas que hay en la sala del velatorio y por el que nadie te pregunta si lo quieres, no es una gentileza. Cuesta 10€.

Cualquier gesto de cariño ayuda, siempre que venga de una persona a la que aprecias. Las que vienen de personas que no aprecias, no sólo no aportan, sino que son molestas. Mientras que haya aprecio, un mínimo, cualquier muestra de humanidad es bien recibida.

Todos necesitamos algún tipo de ayuda para superar una pérdida. La que sea. Que nos dejen solos, que nos acompañen, expresarnos o no-expresarnos, pensar, revivir… No existe un protocolo y los acompañantes deben estar atentos para ayudar como cada uno necesite. La misión del acompañante tampoco es fácil. Nunca lo es.

Aunque cuando eres mayor los roles cambian y los hijos cuidan de los padres, hay cosas que no cambian: una madre siempre es una madre, una hija siempre es una hija. Y que, a pesar de querer consolar a mi madre, también he podido compartir con ella mis inquietudes y mis reflexiones, mi pena. Y, como siempre, he obtenido de ella los mejores consejos y argumentos:

  • “No hay que comprender nada. Esto son cosas que pasan y aquí no hay nada que entender”.
  • “Las películas hacen mucho daño, cuando dicen eso de vamos a despedirnos. Despedirse es imposible”.

(Gracias, Mami)

Que las experiencias de otros ayudan, o acompañan. O las dos cosas. Por eso, este post. No sé bien a qué ayudan, la verdad, pero creo que lo hacen. Quizá a no sentirte tan extraño. Porque una de las cosas que he sentido estos días es extrañeza.

Realmente no puedo decir que haya algo que alivie la pérdida, cada segundo es diferente. El recuerdo nos hace vivir acompañados y eso no tiene precio. La razón nos hace enfrentarnos al hecho la muerte y eso es necesario.

Cosas que a mí me alivian: pensar en él. Reírme con sus ocurrencias. Recordarlo en todas sus facetas. Poner a Serrat y cantar Hoy puede ser un gran día, Y no se me ocurre nada o Aquellas pequeñas cosas como cuando dábamos un paseo por el pasillo del hospital cuando lo operaron hace unos meses. Cada uno debe encontrar las suyas, todas son válidas, no hay normas.

Si realmente estás al final de tu vida, y señalo con firmeza el matiz “realmente”, mejor sin sufrir. Aunque sea “inminente” o demasiado pronto, que siempre lo es. Si de verdad ya ha llegado tu hora y te tienes que ir, mejor rápido y sin sufrir. En ese sentido, me siento afortunada. Y me alivia que haya sido rápido. Duro, eh.

Tengo la suerte de que mi(s) padre(s), en este caso concreto mi padre, sólo me ha dejado recuerdos bonitos y buenas enseñanzas. Y he aprendido que prefiero agarrarme a las risas, los abrazos y los cuentos para celebrar que ha vivido, que aplastarme en su pérdida física. Como me dijo la mujer de mi primo: “él está en tu corazón”. Y de ahí no lo saca nadie.

Las personas, supongo que por ayudar, se meten donde no las llaman. No necesitamos instrucciones gratuitas para saber cuándo cerrar un perfil social, cuándo dar de baja una línea de teléfono… Lo hacemos, sobre todo, como podemos y mejor sabemos. Como la situación nos permite actuar. Como no te estamos pidiendo ayuda y, sobre todo si no te conocemos, ahórrate las opiniones porque, con sinceridad, me importan una mierda y me estás obligando a explicártelo.

En la esquela, como la pago yo, pongo lo que me sale del corazón (pensabas que iba a decir otra cosa, ¿verdad?). O lo que en ese momento tan difícil se me ocurre, porque si digo la verdad, estás tan impactado que ni si quiera te apetece leer la prueba que te mandan; con su nombre ahí, justo debajo de la cruz. Y si tu nombre no sale en la esquela y no coincide con que seas el muerto, tú puedes pagar otra que te guste más, en la que sólo se enmarque en negro tu infinita tristeza. Quizá sumemos aquí 4 imbéciles.

Los homenajes duelen y reconfortan. Se hacen largos y se quedan cortos.

El amor puede ser infinito. Como los recuerdos y eternas las personas. Depende de lo que tú das y de lo que recibas.

Que el tiempo se vuelve más relativo que nunca. Ha pasado una semana y no te has dado cuenta, entre velatorio, misa, shock, saludos, abrazos, trámites y papeleo. Pero a la vez ha pasado muy lento, pero de pronto no te lo crees y de golpe vuelves al mundo real en cuestión de décimas de segundo. ¿Ya hace 10 días? ¿Sólo han pasado 2 meses? ¿Ya van 3 semanas?

Se echa de menos todo. Su olor. Su voz. Su espacio en el cuarto de estar. Su cariño. Sus bromas. Sus chicles. Sus sonrisas de medio lado.

Por un ser querido se hace lo que haga falta, incluso una vez fallecido.

Como yo estoy orgullosa de mi padre y orgullosa del orgullo que él sentía por mí, me falta tiempo y espacio para contarle a todo el mundo lo buen padre, la mejor persona, excepcional médico y el increíble amigo que ha sido para mí y para muchos. Sí; padre, segundo padre y padre deseado por muchos.

La casa sigue siendo de la de “mis padres”.

No sé qué tiempo verbal hay que usar. El pasado no me convence, nunca lo ha hecho. Y que siga diciendo “mi padre es”, es porque para mí sigue siendo. Ya veré si más adelante lo cambio, de momento uso los dos y lo diga como lo diga me parece que lo estoy diciendo bien y mal al mismo tiempo.

Le puedes mandar un beso a quien ya no está a tu lado. Y hablar con él. Y su recuerdo hace el resto. Y la razón, al mismo tiempo, sabe que vivo de imágenes que ni si quiera tengo impresas.

Pensar en él reconforta. Duele, pero reconforta. Y escuchar la música que nos gustaba. Y ver la puesta de Sol.

Aunque la familia sea bien avenida, recuerda: haz testamento. Ahorrarás muchos trámites y angustia a los que siguen vivos. Aunque no guste hablar del tema, háblalo, gestiónalo. Lo menos que apetece ahora, al menos a mí, es ponerme a resolver trámites que en este momento me dan lo mismo. Pero hay un plazo para todo, que se cuenta en días a criterio de la Administración.

Tienes cinco días para incorporarte al trabajo. Y 3 los pasas sobrepasado, de velatorio, de despedida, recogiendo cenizas, pagando y recogiendo documentos. Descubriendo qué es perder a Papi. Los otros dos días, en mi caso, poniendo reclamaciones en una entidad bancaria. Pero en el mejor de los casos, no son suficientes para poder incorporarte al trabajo en buenas condiciones.

Las personas tienen formas “muy raras” de proteger a la familia. Por ejemplo, no diciendo que te estás muriendo. Bueno, en realidad, como me dijo cuando le pregunté, “no lo sabía, lo intuía”. Y lo comprendes, porque yo haría lo mismo probablemente. Y, sea como sea, nunca es buen momento, ni forma.

Ser médico no te prepara para ser paciente. Y ser médico, cuando hablas de ti mismo y de tu enfermedad, debe ser horrible porque manejas la información de una forma tan privilegiada que sabes la que te viene encima. Mientras, los demás se agarran a esa esperanza que siendo médico tú le regalarías al enfermo.

Hay que agarrarse a cualquier esperanza. Siempre. Aunque no exista. Agárrate. Hasta el final. Y cuando llegue el final, te agarras al amor. Eso te permite sobrevivir y acompañar mejor.

Por muchos besos y abrazos que des, por muchos te quiero que digas… a veces te parecen pocos. Pero no es que sean pocos o no hayas dado los suficientes, olvida eso. Lo que ocurre es que querrías otro, uno nuevo, el del día de hoy, y ya no lo puedes tener. Y por eso a veces uno piensa que fueron pocos, porque hablamos y sentimos desde el ahora. Por ejemplo, hoy, me encantaría abrazarte y escucharte decir con media sonrisa “ha venido la pequeñita”.

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