El otro día estuve que con una pareja amiga y sus hijos tomando algo en un bar. No sé cómo, empecé a hablar con los niños de Mario y Luigi. Bueno, más que yo con ellos, ellos conmigo, porque reconozco que hubo un rato en el que estaba más perdida que encontrada. Mi videojuego favorito de la infancia, el único al que aprendí a jugar con cierta dignidad, ha cambiado mucho, muchísimo.

Así que, hace un rato, le he mandado una foto de la pantalla de la televisión de mi casa a mi amiga:

-Me estoy documentando- he puesto como comentario.

El malo, Browser, sigue siendo malo, muy malo. Han desarrollado el personaje convirtiéndolo en un heavy melancólico que escribe baladas punkarras a la princesa, con ayuda de un piano. La princesa, muy rubia, muy mona y muy coqueta, obviamente, no le hace ni caso y jamás se lo hará. Probablemente por el carácter, claro. Encima, Browser cree que Mario ha conseguido ligarse a la princesa… en fin; aquí, parte del conflicto.

La princesa ha dejado de ser el premio del videojuego para pasar a ser parte activa de la historia. Enseña a Mario, que por cierto odia los champiñones desde la segunda secuencia, a coger las setas de la fuerza, a moverse por las filas de ladrillos, saltar, nadar y usar las tuberías… Por supuesto, la princesa no tiene mucha paciencia, ni tiempo para desarrollarla.

Mario y Luigi son dos tipos más bien inútiles, o al menos con poca buena suerte. Cierto es que son ágiles, rápidos, tienen una caja de herramientas envidiable y son muy valientes, porque, a pesar de no dar una por lo general, se meten en todos los líos posibles para ayudar. La línea entre el afán de protagonismo y la superación personal es demasiado fina y en este caso, invisible para ambos hermanos.

Hay más personajes. Como un ejército de pingüinos poco acertados que lanzan unas cuantas bolitas de nieve para apagar una especie de infierno, por supuesto, con él éxito suficiente como para acabar amordazados casi toda la película. Y una estrellita azul, parecida a la que te daba inmortalidad en el videojuego, sumamente melodramática y perfectamente adaptada a la infelicidad.

Esto tiene una aplicación directa al marketing y a la comunicación:
Atendiendo a mi audiencia, he podido observar sus necesidades: hablar de Mario y Luigi, de la estrellita y de Browser, e insisto en lo malo que es.

Tal y como le he dicho a mi amiga, me he documentado. Mi audiencia merece que la próxima vez que interactúe con ellos sepa qué les puedo ofrecer: una buena respuesta a sus inquietudes, mínimo. Igualmente, debes ofrecer con tu producto soluciones a tus posibles clientes y clientes.

He analizado los personajes para comprenderlos y poder entender porqué les gustan o no. Y he podido descubrir qué cosas les pueden parecer graciosas, inquietantes o absurdas. Igual que con tu producto, debes saber cómo adaptarlo al mercado.

La siguiente ocasión que tenga, podré profundizar más en la conversación.
Y quizá les caiga mejor. O quizá conseguir una venta.

Ya, lo sé. Son niños.
La próxima vez que los vea ya no les gustará Mario Bros. Les gustará otra cosa.
Y habrá que volver a empezar. En todos los sentidos.

Como con tu audiencia.
Cambiaré mi objetivo, analizaré cómo acercarme a él y volveré a desarrollar una estrategia.

Al menos, ya sé cómo se hace.
Por eso debes ver Mario Bros. O a quien haga falta.
Para darle a tu audiencia lo que reclama, a cambio de éxito.

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